martes, 24 de marzo de 2009




Se reserva el derecho de admisión:


Esta historia en realidad no es más que una simple anécdota, una explicación, una certeza inventada, una excusa, un final sin un final o un principio sin principios, como prefiera llamarlo, yo diría para sintetizar mi apuro, injusticia.
Es que hace algunos años los montes y selvas de Misiones, valga la redundancia, eran montes y selvas, como Dios manda, una enriquecida flora y fauna dignas e inspiradoras de cuentos, cuentos de la selva como los del señor Quiroga.
Era el silencioso ruido de una siesta soleada y calurosa o el misterioso movimiento de las hojas de un árbol producido por una brisa veraniega en el momento menos oportuno de una noche muy oscura, motivos más que suficientes para comprender, que más allá de lo visible, en el vientre de la imaginación, imperceptible en su ecosistema lógico, había algo más….
Y es que alguna vez fuimos… Como le podría explicar… Fuimos…
Sí, eso es, antes éramos, existíamos, teníamos un lugar, cierto prestigio, respeto y si no se lo toma a mal(no quisiera ser descortés con quienes quieren escucharme todavía) me atrevería a decir que fuimos famosos, populares y según el ojo con que se lo mire, poderosos.
Alcanza la fama un rostro cuando es reconocido por una sociedad, aunque el mío es más bien, un mito. Nuestra popularidad era genuina, nacida del boca a boca y nuestro poder no se medía con nuestro poder adquisitivo, simplemente con el miedo infundido.
Un abuelo le contaba a sus nietos sobre nosotros para lograr un buen comportamiento, mientras los padres de los chicos reconocían esta táctica educativa, pero sin dejar de lado el respeto, a lo incierto, a la duda.
Pero la historia es víctima del paso del tiempo, me decía el yasí con arrugas nuevas en su rostro, la Pachamama que nos vino a visitar agregó que la fuerza no se la lleva la edad, se la queda el olvido.
¿Quién podría temerme si en Internet se ven peores cosas que yo?
A un viejo que no entiende el concepto de globalización y la necesidad de expansión de la sociedad con calles, rutas y desmontes.
Imagínese que ya ni devotos tengo, me tengo que comprar los puchos, me siento un pombero urbanizado a la fuerza.



Aunque mis visitas a la ciudad son contadas, he decidido robarme una idea que me ha llamado la atención, al pasar frente a un local donde estaban dos grandotes, con trajes,
de fondo un cartelito con la leyenda:
“Se reserva el derecho de admisión”, lo copié y lo puse en la puerta de entrada a la selva, me senté enfrente con un mate y por las dudas me puse un traje, que al parecer… Intimida.

Ariel Ribeiro.